La inocencia no discrimina
- Alejandra Sánchez
- 5 jun 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 12 jun 2024
“La inocencia no discrimina”. A esa conclusión llegamos después de una noche de cine a la calle.

El encuentro era en la estación Prado del Metro de Medellín. A eso de las 6:30 p. m. llegamos todos los voluntarios para emprender el camino hacia una de las realidades más distópicas de la ciudad. Un pasaje donde se pelean la vida y la muerte, el hambre y la traba, la supervivencia y la crueldad: El Bronx, una calle en pleno centro de Medellín, entre Cúcuta y La Paz, donde viven al menos 600 personas bajo los efectos del bazuco.

Entramos al inquilinato donde íbamos a reunir a todos los niños que habitan estas verdades día a día desde que nacen. Un futuro del que parecieran no poder escapar. Sin embargo, allí estaban ellos, jugando, correteando, abrazándonos, emocionados por lo que les esperaba: una noche de películas y crispetas.

Antes de empezar la función, hicimos un par de dinámicas, incluso algunos de ellos proponían las actividades, recordándonos que los niños, eso son: amor, abrazos, alegría, juegos, energía, asombro. Donde sea que estén, independiente de la realidad que vivan. Su inocencia sigue ahí.

Organizamos la sala al aire libre: un mantel de picnic y un videobeam proyectándose en una rejilla que no permitía ver con claridad las escenas, pero que era lo que menos importaba ahí. Un par de sillas, mecato listo, parlante a todo volumen y empezamos.

La película era Olé, el viaje de Ferdinand. Un filme animado que reflexiona sobre la no violencia, sobre aceptar las diferencias, sobre la valentía y el trabajo en equipo. Una crítica a la tauromaquia que, a su vez, les enseñó a los niños otras verdades distintas a las que conocen ellos a su alrededor.

Y, mientras nosotros estábamos en una burbuja de diversión y desconexión, nos rodeaba ese realismo no tan mágico y coexistían el frío y la miseria.

Alrededor nuestro había miles de historias, personas que por diferentes condiciones habían parado en este sitio, aquellos que muchas veces vemos con temor y que solemos ignorar en nuestro día a día cuando vamos por las calles de Medellín, apurados y sumidos en nuestras realidades tan distintas a la suya.

Sin embargo, algunos habitantes de calle que pasaban por allí también se sumergían en la burbuja, pues se quedaban atónitos al vernos a todos reunidos en torno a las luces y sonidos que salían de una pared que, aunque ahora hacía las veces de pantalla cinematográfica, parecía ser la entrada de un local de remates, "El Gomelo" era el nombre que llevaba marcado el negocio sobre pintura verde.

Quizá no estaban en sus cinco sentidos, pero disfrutaban como niños la experiencia y con crispetas en mano vivían la trama de la cinta como propia, olvidando la suya por casi dos horas del día.

Cuando terminó la función llegaron las rondas: en la primera, los niños, al son de un juego con rimas guiado por una habitante de calle, nos agradecieron por el espacio de diversión.

En la segunda, después de habernos despedido de los niños y haber desfilado por el pasaje distópico del Bronx de vuelta a la estación Prado, los voluntarios reflexionamos sobre lo que habíamos visto y vivido en estas horas.
Eran las 10:30 p. m. Allí, en medio de lágrimas, gratitud y conciencia, la mejor conclusión fue esa: “La inocencia no discrimina”.

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