La primera vez que vi una cebra le pregunté a mi papá si era un caballo con uniforme de preso. Al verlo encerrado supuse que había cometido un delito. De ahí en adelante me la pasé visitando la cárcel, donde el que cometió el crimen no es el preso, sino el que lo encerró. Entonces, ¿quién es el animal?
Intenté entender durante años por qué a aquellos “criminales” los capturaban para exhibírselos a las personas, a gente que luego iría a verlos con cámaras en las manos y sonrisas cómplices. Y a lo peor: creer que así se educaban.
La última vez que fui a esa prisión de tonos color silvestre engañoso me dediqué a hablar con los carceleros. Con palabras falsas, ellos decían estar protegiendo a sus rehenes, a aquellos que flaqueaban en su estrechas celdas sin poder moverse libres, como suelen hacerlo: sus ojos hablaban, no se necesitaban preguntas.
Decidí dejar de conversar con esos hombres y dedicarme a leer las miradas de los prisioneros que desbordaban pensamientos. Parecían sentirse en otro lugar que, claro, no es su hogar.
Era extraño no verlos correr, jugar o producir los sonidos que los identifican. Me hacía falta toda esa naturalidad propia de estos animales que fue reducida a unos pocos metros cuadrados.
Quería entender entonces, recorriendo el zoológico Santa Fe de Medellín, qué crimen habían cometido para estar en esas condiciones y luego estudié algunos prisioneros y su posible delito.
Mono araña cabeza negra, conocido como Arañazo. Si este llega al final de su vida como otros de su especie, serán unos 20 años en prisión, entre rejas de metal por las que cuelga. Nada que ver con los árboles y ramas donde nació.
Este emú, un ave gigante de la familia del avestruz y originario de Australia, se llama El Calvo (¿los carceleros creerán que es su alias?). Está condenado a 15 años de prisión, a cadena perpetua porque eso es lo que vive. Permanece en una celda desierta con poca vegetación de unos 50 metros cuadrados.
Bisonte, más conocido como El Cachón. Tendrá que pasar 25 años encerrado en un lugar escaso de arbustos, cuando debe comer en promedio el 1.6% de su masa corporal en vegetación seca cada día. En las noches pasa bajo un techo más pequeño que él.
Pavos reales (¿acaso les dirán “alias Los Gemelos”?). Vienen de India, pero tendrán que pasar el resto de sus días en pequeños postes o rejas, privados de moverse en libertad.
La hipopótamo Jakira y su hijo están condenados a pasar 20 años en un estanque de cuatro metros cuadrados y casi nada fuera de él. En su natal África viven libres en praderas enormes y en grupo.
Búho rayado (¿tal vez alias Ojos?). Los de su especie viven a lo largo de acantilados y cañones rocosos y en claros de bosques. Pasará 20 años sobre una rama, ¡solo una!, tras una reja que lo priva de volar. ¿Cuál fue su delito para haber sido llevado a esta prisión?
Oso de anteojos, compatriota de los carceleros porque es originario de este país. Otro condenado a 30 años de cautiverio: en libertad viviría 50 años, pero entre estas rejas escasamente serán 20 años de vida. ¿Es esto vida?
Leopardo y pantera (¿los llamarán “los peligrosos Garras y El Negro”?). Deben pasar quince años tras las rejas, ubicados en un espacio de grisáceo cemento, lejos de la vegetación. Son originarios de selvas y llanuras que para ellos son infinitas y corriendo alcanzan los 100 km por hora, aquí solo están echados.
Este paujil de pico azul lleva siete años y aun le faltan 13 de encierro (si su vida cumple el promedio de los de su especie en cautiverio). Esta celda es de unos 30 metros y se le olvidó volar por el poco espacio que tiene.
Cálido, colorido y alegre. Así era el mundo que me presentó mi padre mucho tiempo después de haber conocido aquel caballo de pijama de rayas. La relación con este mundo opuesto era dicotómica, la otra cara de la moneda. Los victimarios aquí cambiaban su semblante y actitud, ya no capturaban, ahora liberaban, y los ojos de las víctimas no se veían más tristes porque desbordaban felicidad. Podían recorrer miles de metros naturales.
Me dijo entonces mi padre en sus palabras, bien las recuerdo, que en realidad esa pijama no era un uniforme de preso, que en ese mundo silvestre los que eran carceleros aquí fungían como protectores y guardianes de la naturaleza. Entendí, por sus explicaciones, que no estaban ahí por haber cometido algún delito, sino para ser protegidos.
Pero el dilema aún existe, no sé si es mejor que estén allí resguardados tras unas rejas que los degeneran o que vivan en su naturaleza con el incierto destino de sobrevivir o no. La verdad es que estos universos rivales enfrentan una gran polémica difícil de desafiar. ¿Rejas o árboles?
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